domingo, 16 de septiembre de 2012

NO HAY DOS SIN TRES (II)

Lee aquí la primera parte.


Y así es como volvemos a la llamada perdida de "Colominternet", en la tarde de un jueves cualquiera, hace unas cuantas semanas.  La ví y me vinieron un millón de cosas 
a la cabeza.  "¿Qué querrá?, ¿estará por aquí?  Tengo que dejar este estado depresivo y volver al mundo real de una puta vez".  No dudé y lo llamé.  
-Hola- respondió, -¿te acuerdas de mí?
-Claro que sí.  ¿Cómo estás, bombón?  ¿Qué te cuentas?
-Nada, aquí, aburrido en la playa.  Ahora estoy viviendo en ***, ¿sabes?  Muy cerca de los bares que te dije aquella vez.  Y eso, que esta noche voy a salir, por si te apetecía venir.
Dudé, no sabía qué decir y no quería precipitarme.  Pero sí, quería salir, emborracharme y follármelo sin piedad.
-Ah, guay.  Bueno, hacemos una cosa, en un rato te llamo y te digo, ¿vale?
-Ok.

"Joder, joder, hoy follo, sí o sí.  Son muchos meses ya, esto no puede ser.  ¡¡Mierdaaa!!  Tengo la regla y no me acordaba.  Bah, eso nada, ya estoy en el último día, hago la clásica de dejarme el tampón hasta el final y luego, cuando vayamos al grano, viajecito al baño, toallita húmeda doblada pa'dentro -truquito de profesionales- y a joder como locos".  Mi cerebro daba vueltas y yo también.  Iba revolucionada por la casa, buscando la ropa menos vieja que tuviera, cuchillas para podarme enterita y un tanga que estuviera decente.  
-¡¡PUTA CRISIS!!  No tengo ni para comprarme unas bragas, coño.  Qué asssco.
Al rato lo volví a llamar y quedamos en encontrarnos a las nueve de la noche en la estación de guaguas de ***.  

Estaba nerviosa, había perdido toda la práctica y era horrible.  Parecía una joven de veinte en un cuerpo de treinta.  O, peor, una "vieja" de treinta acutando como una niña de veinte.  Patético.  No quería imaginarme nada para no gafarlo, pero no podía evitar verme subida encima suyo, en su cama, cabalgando como si no hubiera mañana.  Me puse de punta en blanco, limpia, sin pelos, camisa negra de asillas súper escotada que me hace unas tetas que te mueres, pantalón elástico negro largo, cholas negras (y viejas, cinco años ya; pero era eso o crocos naranjas o rosas, y como que no.  Además, con estas tetas, ¿quién se va a fijar en las cholas?), la riñonera que no falte (ese horrible complemento al que me aficioné por necesidad hace mucho: así evito perder mis cosas cuando me emborracho y, por añadidura, nadie roba nunca una riñonera mugrienta), un puñado de preservativos, un par de sobrecitos de lubricante (que yo ya sé lo que pasa cuando bebo mucho), un poco de máscara de pestañas (muerte al maquillaje: es incómodo, antinatural y un rollo mantenerlo impecable cuando te emborrachas, sudas como una cerda al bailar o al follar, y ya ni hablar si te tiran la leche en la cara...), bono de guagua, el triste presupuesto de veinte euros y ¡vamos allá! 

Nos encontramos, lo vi guapo.  "No te reconocía", me dijo.  "Normal, porque ya no parezco una mujer de las cavernas", respondí para mis adentros.  Me preguntó si me molestaba que compráramos unas latitas y las tomásemos en la playa antes de entrar a los bares, porque no tenía mucho dinero.  
-Qué va, mejor, yo también estoy más pobre que las ratas.
-Bien.  Ah, por cierto, luego viene un amigo mío.
"¿QUEEEEEEEEEE?  ¿CÓMO QUE UN AMIGO TUYO?  ESTA NOCHE ERA PARA TI Y PARA MÍ, PARA LOS DOS, CAPULLO, PARA FOLLAR, SI YO HASTA PRETENDÍA PASAR DE LOS BARES Y TIRAR PARA TU CASA DIRECTAMENTE".
-Ah, guay-, disimulé.
-Sí, lo conozco de cuando trabajaba en ***, siempre nos echamos unas risas.

Bajamos por el pueblo hasta el súper, pillamos unas cuantas latas de cerveza, de esas grandes, y nos dirigimos a la playa.  La noche estaba muy agradable, guiris por todos lados, música en las terrazas de los restaurantes, brisita marina...  Caminamos un rato hasta llegar a la zona de bares prometida.
-Mira, todo eso de arriba es ***, ahí vamos más tarde.  Mientras, nos quedamos aquí.  
Nos sentamos en un banquito dentro de la arena, al lado de una ducha y unos baños.  Cogí una Dorada y le metí un trago larguísimo.  Empezó a hablar y hablar y hablar de él.  Me pareció un poco infantil y egocéntrico.  Pero bueno, a mí sólo me interesaba beber y follar, de buen rollo.  Aunque si ahora venía el acoplado del amigo...  Metí otro largo trago.  Hablaba y hablaba y yo lo miraba, sonriendo.  "Habla, habla, que ya te voy a poner toda la concha en la boca y no vas a decir ni pío".

-Ahí viene J.- exclamó, señalando para las escaleras que bajaban hasta donde estábamos.  -Es cubano, sólo lleva aquí tres meses.
¡¡BINGO!!  ¿Cómo podía haber sido tan imbécil?  Definitivamente, estaba falta de práctica.  Rato atrás me había comentado que venía un colega y yo sólo había visto pegas.  Pero si soy la reina del "¿no tienes algún amiguito al que llamar, para que me cojan entre los dos?", o era; bueno, ahora volvía a serlo.  Apuré el contenido de la lata.
-Hola J.- le dí dos besos.  -¿Cómo estás?
"Joder, cómo estás.  Blanquito para mi gusto, pero durito, bien durito".  El chico tenía veintitres años, otro bomboncito.  La verdad es que todos los cubanos con poco tiempo en España que me he tirado (sí, hay varios) estaban muy bien de cuerpo.  No tanto rollo de gimnasio, más bien se nota que han crecido silvestres y sin comer muchas mierdas.  Y eso me pone...

A partir de ahí, fui tomando las riendas de la situación, piano, piano.  Ellos no tenían ni idea de lo que iba a suceder, pero yo sí, muajajaja.  Le ofrecí cerveza al caribeño, comprobé que al colombianito le quedaba y agarré otra lata para mí.  Había comido poco y pronto, así que el alcohol me estaba haciendo efecto bastante rápido.  Justo lo que yo quería.  Empecé a desviar la conversación al terreno sexual, como quien no quiere la cosa.  Siempre uso esta estrategia para hacerme una idea de con quién estoy tratando: experiencias, gustos, preferencias, si son tímidos o desenvueltos, escrupulosos o auténticos guarros...  A la hora, ya les había dejado claro que me EN-CAN-TA follar, que sólo buscaba sexo, de onda y sin compromiso, que había hecho tríos muchas veces, y narraba las peripecias que consideraba "adecuadas para el momento".  Ellos me escuchaban callados mientras se fumaban un porro de chocolate y, de repente, afectada por las birras y por el humo del canuto, tuve la sensación de que los estaba aburriendo.  Me callé.
-Me estoy poniendo cachondo- dijo seriamente el cubano, con todo el acento posible.  -Ahora quiero follarte.
Eché una carcajada, los tres nos reímos; terminamos las latas, meamos entre las hamacas amontonadas y nos dirigimos a los bares.

Ya estaba ebria perdida, lo sabía, había perdido la noción del tiempo.  Serían las doce tal vez.  Todo eso lo tengo un poco borroso.  Fuimos entrando de un local a otro.  Yo no bailaba mucho, ni me enteraba de la música que estaban pasando.  Pedí un mojito en el primer bar y, mientras me lo servía una chica, otro camarero italiano, alto, fuerte, calvo -y probablemente gay- le dio a dos clientas una especie de cerecitas pinchadas en palillos.  Mediante señas le dije que yo también quería una, me la acercó y la cogí directamente con la boca, chupándole de paso todos los dedos.  Los pibes fliparon.  Yo me puse cachonda.  Fuimos, volvimos, incluso creo que nos separamos un par de veces.  Ellos salían a fumar y a charlar con otras chicas.  Yo ni sé lo que hacía.  Hablaba con cualquiera.  Pedí una cerveza en otro bar y se me calló al suelo casi entera, dejando la pista llena de cristales.  Salí.  Ya estaba armando jaleo, sin querer, pero armándolo.  Me los encontré en la puerta.

-Aquí al lado es donde ponen bachata- dijo "Colominternet".  Y para allá me fui.  No había mucha gente dentro.  Ví que tenían Fernet Branca, pregunté el precio de los combinados y, como sólo eran cuatro euros, pedí uno sin dudarlo.  Hacía muchísimo que no tomaba fernet, a pesar de que encanta.  Me lo clavé ansiosamente.  Mis compañeros ya no estaban, creo que no les gustaba mucho esa música.  A mi lado había un chico bailando solo, sudando y dando brincos cual comparsero concursando.  Le pregunté si bailaba bachata y me dijo que sí, que le podía pedir la música que quisiera "al negro de allí".
¡¡¿¿NEGRORRRRRR, DÓNDE??!!  Madre mía, eso no era un negro, era TODO lo negro, por lo negro y por lo grande.  Yo ya iba a saco, tenía demasiado sexo atrasado.  Me acerqué, me coloqué a su lado...
-Perdona, ¿me puedes poner una bachata?-  Madre mía, era altísimo y ancho y negro a más no poder.  No recuerdo la cara, pero me fío de mi "alter ego borracho".  
-Claro que sí-.  Cubano también.  
-Mira, ¿y por qué estás tan "fuertito"?- pregunté casi ronroneando, rodeándole el bíceps con mis dos manos.  Se rió y me dijo algo que tampoco recuerdo.
Me fui a bailar con el sudoroso, bailamos una, dos, tres bachatas.  Y no dejaba de mirar al negro.  Creo que él también me miraba.  Otra bachata.  Yo bailaba para él y mi pareja sudaba para toda la sala, ¡qué asco!  Entonces se fue.  Me quedé sola y el negro se me acercó.
-Yo me quiero ir contigo esta noche.  Espérame a que salga y nos vamos a mi casa.  Tengo coche.
-Es que estoy con unos amigos, no puedo dejarlos colgados-.  En realidad no tenía ni idea de dónde estaban, pero había puesto el piloto automático de seguridad: "nada de coches".  Creo que la conversación fue más o menos así.  Lo que tengo claro es que, de repente, yo estaba entrando en el baño y él iba detrás...  

Dios, era enorme, no sé cómo hacía para poder besarlo.  Me gustaba, sé que me gustaba aunque no recuerdo casi nada.  Se sacó la chorga, o se la saqué yo, y tampoco la recuerdo.  ¡¡¡Ay, cómo me jode, maldita borracha!!!  La chupé, la saboreé, ADORO los rabos negros, negros con la cabeza brillante.  Mmm...  Y ya quería que me la metiera.  Lo senté en el váter, saqué un condón, me bajé los pantalones, el tanga, ¡¡¡MIERRRRDA, EL TAMPÓN!!! 
-No mires, tápate los ojos- le ordené, dándole el forro.  En realidad, creo que me daba igual todo.  Me saqué el tampón, lo tiré a la basura, saqué un sobrecito de lubricante, me puse un chorro en los dedos, me hidraté toda por dentro y me senté encima del negrazo.  Creo...  Practiqué una mezcla de sentadillas con perreo, gustosa, evitando que se saliera la polla, metiéndomela hasta el fondo y luego subiendo hasta presionar a penas la punta con mi tensa vagina (que para algo una hace los ejercicios de fortalecimiento diariamente).  Y arriba y abajo y arriba y abajo y moviendo las caderas en círculos, alante y atrás, a los lados, movimientos cortitos y rápidos, lentos y laaaaargos.  Levantó mis cincuenta y cinco -y pico- kilos como si nada, me puso contra la pared y me hizo un cacheo que ya les gustaría a muchos polis.  Se puso detrás mío y me alzó agrarrándome por los jamones y pim, pam, pim, pam.  Madre mía con el negro, qué rabo, qué duro.  La verdad, después de tanto tiempo sin follar, me estaba dando metros de carne embutida como para pasar otros cuatro meses en ayunas.

Evidentemente, tampoco recuerdo cómo acabó la cosa, ni si se corrió; laguna mental.  Sí sé que salí del baño sudando como una cerda (¿entienden ahora lo que decía del maquillaje?), me lavé la cara, el cuello, el pecho, atravesé triunfante el bar y busqué a mis amigos con la mirada.  No estaban.  Revisé el móvil, tenía un mensaje de texto de un número que no conocía.

"¿Dónde estás, mami?  Me quedé con ganas de follarte.  Estamos en las escaleras de antes."



Continuará...







 





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