sábado, 15 de septiembre de 2012

NO HAY DOS SIN TRES (I)

Hace unas cuantas semanas, en la tarde de un jueves cualquiera, estaba yo tan tranquila fregando los platos cuando alguien me hizo una llamada perdida.  "¿Quién coño será el cutre?", pensé.  Cogí el móvil, leí "Colominternet" y mi mente hizo un rápido viaje al pasado...

Un par de meses atrás, llevaba apenas treinta días en el nuevo apartamento.  Por culpa de esta jodida crisis había tenido que dejar Barcelona, centro indiscutible de mis más depravadas vivencias durante los últimos seis años.  Barceloneta, Raval, Pueblo Nuevo y, finalmente (y por el período más largo), el Pueblo Seco: hervidero de latinos en general y dominicanos en particular, un auténtico buffet de jóvenes mulatos loquitos por follar.  No tenía sino que darme un paseo por la calle peatonal Blai para mostrar mi mercancía y encontrar algún interesado.  ¡Ay, puta crisis!  Pues eso, que me tocó volver a mi tierra, a Canarias, hermoso vergel de belleza sin par...  Y aburrida que te cagas.  Tras un mes sin salir de fiesta, a sabiendas de que casi todos mis vecinos son jubilados alemanes o ingleses, sin un maldito bar donde echarme unas risas y una bachata con un negrito...  Sin posibilidades, en definitiva, de encontrar un amante, había dejado de lado mi higiene personal (el chichi y los sobacos sin depilar, el pelo sin lavar, usaba cualquier ropa... hasta las cejas como gatos).  

En eso que llaman al timbre.  Me dirigí a la puerta algo sorprendida, pues nadie sabe dónde vivo y los buzones están en la calle.  Al abrirla, me topo con un bebote hermoso, morenito, de labios gruesos, delgadito, todavía sin desarrollar del todo, y me dice:
-Buenas tardes.  Estamos ofreciendo (...)-, bla, bla, bla, ya no lo escuchaba, me dejaba llevar por ese inconfundible acento colombiano saliendo de su rica boquita.  Dejó de hablar, esperando una respuesta.  Me fijé en la tarjeta que le colgaba del cuello, identifiqué la empresa e imaginé lo que me estaba intentando vender.
-Verás, es que hace poco que me instalé, acabo de poner el fijo más internet y, por ahora, no me interesa cambiarme de compañía- respondí amablemente y enviándole sin piedad todas mis feromonas.  Empezó a lanzarme una retahíla mal aprendida y lo noté nervioso, evitando mi mirada y con la risa floja.  Eso era buena señal.  Sin embargo, y antes de que me diera cuenta, ya lo estaba despachando.

"¡Mierda!", pensé al despedirlo, "la maldita falta de práctica.  Si esto me hubiera pasado en Barcelona, lo habría metido para adentro, joder".  Entré en el baño, me miré al espejo y me di cuenta de que me había abandonado hacía mucho.  Me lavé los dientes, la cara, la sobaquera, me adecenté las greñas, me cambié la camiseta y volví a abrir la puerta.  Estaba en el piso de abajo, en donde el matrimonio argentino.  Esperaba a que terminara pero, notando que estaban interesados y que la cosa iba para largo, bajé las escaleras, asomé la cabeza y saludé a mi vecina:
-Buenas tardes, vecina.  Perdona, *** -lo llamé por el nombre de la empresa-, al final sí que estoy interesada -tampoco mentía, pues interés sí que tenía, pero en darle masa-.  Cuando termines, ¿puedes volver a subir?  Es la puerta número ***.

Al rato tocó, abrí y le solté sin anestesia:
-Hola otra vez.  Perdona que te haya hecho subir, en realidad no quiero contratar nada, no me gusta hacer negocios con mis posibles amantes...-.  "¡Bien!" pensé, "le vuelvo a coger el tranquillo".  Él se sonrojó.  -Eres colombiano, ¿no?
-Sí.
-Te quería preguntar si conoces algún sitio que esté bien para bailar bachata por aquí cerca. 
-Mmmm...  Sí, hay una zona llamada *** que está llena de bares y en uno ponen bastante bachata y salsa.  Y luego, no muy lejos, en ***, hay un par de discotecas latinas.  ¿Con quién vas a salir?  ¿Ya hiciste amigos por aquí?
-Qué va, esto es un muerto.  Sola, me gusta ir sola a los sitios.
-Bueno, pues si algún día quieres salir acompañada...- sugirió.
-Está bien, dame tu móvil-, anoté el número y, como nombre del contacto, "Colominternet", pues si ponía el suyo no me iba a acordar a la hora de buscarlo-.  ¿Cuántos años tienes?
-Veintiuno, casi veintidos-.  Mmmmm... se me afilaron los colmillos.  -¿Y tú?
-Bueno, yo soy un poco mayor que tú; estoy por cumplir veintinueve.  Espero que no te importe-, respondí con un tono depredador que hasta me dio miedo.
-Qué va, a mí me gustan las mujeres mayores que yo-.  Qué mono, me encanta cuando los pendejitos se quieren hacer los hombres maduros; se me caían las babas, las de arriba y las de abajo.  Charlamos un rato más de tonterías y se fue.

Continuará...
 





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